Sharenting, cuando los padres ponen en riesgo la imagen de sus hijos
Puede que el término resulte poco conocido, pero la mayoría de madres y padres (y por descontado los abuelos) lo practican, aún sin saberlo. Están orgullosos de sus hijos, y consideran que cada fotografía y vídeo merece ser compartido. ¿Dónde está el problema? Os contamos los riesgos del sharenting.
Si tenemos hijos/as, basta con entrar a la galería de nuestro móvil para que aparezcan cientos de momentos capturados día a día. ¿Nos paramos a pensar cuántas imágenes y vídeos realizamos con nuestros adorables protagonistas? ¿Y cuántas enviamos a través de aplicaciones de mensajería o publicamos en redes sociales?
Por qué aparece el término ‘sharenting’
Los tiempos han cambiado, y lo que antes era un lujo excepcional y complejo, hoy es una acción cotidiana, accesible y rápida. Hacemos fotografías a diario, más si en el hogar hay menores de edad. Después, resulta difícil resistirse a compartirlas. Es habitual ver cómo en los medios digitales abundan las imágenes de bebés, niños y adolescentes. Como dato, con solo seis meses de edad, el 81% de los bebés tiene presencia en Internet.
El término sharenting es la unión de conceptos como compartir y paternidad (en inglés ‘share’ y ‘parenting’), y surge debido a que, en relativamente poco tiempo, se ha comenzado a percibir los efectos de estos nuevos hábitos, sobre todo en lo relativo a la imagen de los menores. El problema entonces es, en parte una cuestión de cifras (cuando se difunden demasiados contenidos en los que aparecen los menores), pero también de contenido (cuando se expone al menor en situaciones que se pueden malinterpretar, que pueden considerarse poco favorecedoras o incluso humillantes). Como consecuencia, se pone al menor en riesgo.
Puede parecer que compartir una o varias fotos ‘graciosas’ de nuestro hijo/a en un grupo de mensajería familiar o en nuestro perfil de redes sociales, es un gesto inocente que no tendrá mayor repercusión. Pero es un contenido sensible por el mero hecho de afectar a la imagen de un menor, y pasa a formar parte de una cadena de difusión de información: nosotros la enviamos, un par de familiares la comparten con terceras personas, y estas a su vez con otras tantas. Puede llegar a manos de alguien desconocido, que sin conocer a tu hijo/a, decida publicarlo en la Red o simplemente guardarlo en su móvil.
Por tanto, esa pérdida de su privacidad que asumimos al difundir su imagen en Internet implica riesgos graves, como el uso malintencionado de imágenes y vídeos por parte de desconocidos, ciberacoso escolar, suplantación de identidad o grooming, entre otros.
Varios medios han publicado noticias de casos de menores que han denunciado o se han enfrentado a sus progenitores por la cantidad y el tipo de imágenes que compartían sobre ellos/as en sus redes sociales. La protección de la propia imagen, y hasta qué punto el menor tiene derecho a decidir sobre la suya, han generado debate y dudas en estos últimos años. Lo que sí se ha demostrado a estas alturas, es que no todas las personas disfrutan con la exhibición de su vida privada en Internet, y los menores pueden no estar de acuerdo (ahora o en el futuro) en compartir esta información.
Reflexionar sobre la necesidad de compartir
La rápida evolución de la tecnología y su entrada en los hogares es la causa de que nos hayamos visto desbordados por la multitud de opciones disponibles a la hora de compartir datos personales, imágenes y vídeos. Internet y sus aplicaciones nos lo ponen cada vez más fácil, y tenemos que entender que, a menudo, existen intereses detrás para que hagamos pública cada vez más información.
Además, existe cierta presión social que también fomenta este hábito. Los propios familiares y amigos suelen insistir en que nunca son suficientes fotos, más aún ahora que vivir en diferentes ciudades o barrios, o incluso países, es algo bastante habitual. Vemos como personajes de referencia en las redes sociales, famosos o nuestras amistades, también lo hacen. Parece que ‘lo normal’ es plasmar cada segundo de las vidas de nuestros hijos/as en Internet.
¿Nos extraña que los menores puedan llegar a sentirse abrumados al descubrir con los años, que cientos de contenidos propios están al alcance de cualquiera en Internet? Además, hay que ser conscientes de que es una situación que no puede deshacerse por completo: algunas imágenes y vídeos pueden ser imposibles de eliminar o recuperar después de ser compartidas.
¿La solución pasa por blindar la imagen de los menores?
Son muchos los que desearían una respuesta contundente, pero la realidad, actualmente, es que es una cuestión personal que cada uno debe valorar. Ahora bien, hay algunos aspectos que sí se pueden delimitar.
La normativa actual especifica que siempre debe prevalecer el bienestar del menor, y que este puede decidir sobre su propia imagen a partir de los 14 años, según la Ley de Protección de datos de carácter personal. Esta también puntualiza que cuando otros menores aparecen en la imagen, siempre debemos tener el permiso de sus responsables legales para poder compartirla.
Así, podemos afirmar que, con la ley en la mano, es nuestra obligación reflexionar sobre las imágenes o vídeos que compartimos, plantearnos si nuestra forma de proceder conlleva riesgos para nuestros hijos/as, si ellos/as están de acuerdo con esta práctica, o si lo estarán en el futuro. La conclusión en la mayor parte de los casos, implica cambiar en cierta medida nuestros hábitos, buscar un equilibro y reducir la exposición de los menores en Internet.
¿Parece un panorama demasiado estricto? Lo cierto es que existen multitud de alternativas para compartir nuestros recuerdos multimedia. Podemos optar por sistemas de difusión más limitados, como grupos o perfiles privados en los que solo estén nuestros familiares o amigos más cercanos. También podemos imprimir las imágenes o crear álbumes para mostrarlos en persona, o enseñarlas desde el propio dispositivo.
Otra forma de reducir riesgos, es limitar la exposición procurando que no siempre se pueda reconocer al menor en la imagen (por ejemplo retratándole de espaldas, o solo una parte del cuerpo). Ya son muchos los instagramers o youtubers que eligen esta técnica para poder compartir su día a día de una forma más respetuosa.
En cualquier caso, la difusión de imágenes de otra persona siempre debe ser consensuada, y nuestros hijos/as también merecen ser partícipes de esta decisión. Preguntarles y pedir su opinión sobre las fotos que vamos a compartir, es darles un buen ejemplo y fomentar un buen hábito. Dentro de unos años, serán ellos los que tengan que hacer un uso responsable de las imágenes de sus amigos o sus parejas.
Complementariamente, una buena práctica es enseñar a las personas que tienen acceso a las imágenes de nuestros hijos/as la forma adecuada de gestionarlas. De nada vale que nosotros hagamos un esfuerzo por proteger su privacidad, si nuestros familiares y amigos terminan publicándolas en sus perfiles de redes sociales. Por eso es importante explicarles qué pueden hacer con las imágenes y vídeos que les enviemos o que ellos mismos graben, haciéndoles ver por qué es importante proteger su intimidad.
Disfrutar de la tecnología y las opciones que nos ofrece para guardar nuestros recuerdos familiares, no es incompatible con la seguridad y el bienestar de nuestros hijos/as. La moderación y el sentido común son la clave.
¿Os habéis planteado estas cuestiones en familia? ¿Habéis sufrido algún problema en la Red por compartir este tipo de fotos? Podéis contarnos vuestra experiencia en los comentarios.